Aunque no sea una verdadera chispa de la mañana (y por ser viernes) sí voy a contar la historia de mi reloj de cuco, sobre todo por lo aliviada que voy a quedar a partir de hoy. Les cuento: desde pequeña siempre me han gustado mucho ese tipo de relojes, me llamaba la atención ver al pajarito asomándose por la ventanita. De hecho, muchas veces me iba a casa de una vecina, que tenía un reloj de estos en la pared del salón, sólo para ver cómo daba las horas. Pues bien, hace cosa de un año un cuñado mío me trajo un reloj de cuco de Suiza (qué cuco). Me hizo muchísima ilusión y lo puse en el salón de mi casa. Igual que cuando era niña, miraba mi nuevo reloj cada vez que daba las horas para ver el famoso pajarito. Pero todo esto tiene un inconveniente y es que hay que tirar de las pesas todos los días para que el reloj no se pare. Así, todas las mañanas, me dedico a este menester, hasta hoy. No se imaginan ustedes qué trabajo supone tener que acordarse todas las mañanas de tirar de las pesitas (sobre todo cuando vas con prisas) porque si te olvidas ya sabes que debes poner el reloj en hora de nuevo y, por supuesto, tirar de las pesas. Era un sinvivir. Por fin hoy he decidido dejar el reloj como un adorno para no tener que estar pendiente de darle cuerda. Qué alivio...
Y aprovecho también esta entrada para agradecer a todos los que leen y escriben comentarios en este blog. Es una maravilla, no sólo por ver que hay amigos que están interesados en saber qué chispa de cada mañana puede hacer que tengas un día feliz sino por las nuevas amistades que se pueden hacer. Gracias.