Si con la broma del licor de zarzamora salvaje algunos pensaron que éramos muy malos, con lo que hicimos el viernes pasado ya no tenemos nombre. Vino Agustín, de Fuengirola, y acordamos llevar cada uno un licor diferente al bar donde nos reunimos siempre. Antes, y por e-mail, quedamos en que había que hacerle beber a Agustín hasta verlo un poco alegre (por no decir otra cosa). Al final la única que llevó el licor fue Marta. Era un licor de orujo puro. Ya en el bar, y sin que todavía hubiera llegado Agustín, ideamos entre todas (Marta, Emilita, Deli y yo) cómo podríamos llevar a cabo un juego (el de los chinos creo que se llama) para que siempre perdiese Agustín y le tocase beber continuamente una copita de orujo. Cuando llegó comenzamos a jugar pero como a veces perdíamos nosotras lo que hicimos (bueno, lo que hizo Marta) es hablar con el camarero que nos servía para decirle que si perdía Agustín que le echase orujo y si perdíamos alguna de nosotras que nos echase agua. Y así lo hizo. Como el licor era muy transparente, Agustín no se daba ni cuenta, incluso hacíamos gestos de desagrado cada vez que nos tocaba beber el "licorcito". Creo que de la risa casi llorábamos. Agustín no hacía otra cosa que sorprenderse de lo que cundía esa botella, que nunca bajada el nivel. Incluso para terminar con el juego propusimos que todos teníamos que beber a la vez una copita de orujo pero, claro, el único que bebía licor era Agustín y las demás agüita fresca... No quiero pensar qué pasará hoy cuando Agustín lea esto y sepa la verdad.