Normalmente no suelo desayunar mucho, por no decir casi nada, y menos aun recién levantada. Pero hoy he hecho una excepción. De vuelta de una prueba radiológica en el hospital, a las 10:30, me ha llegado el inconfundible olor a churros recién hechos de una churrería cercana a la casa de mis padres. No he podido resistir la tentación y he parado a comprar los tres últimos churros que quedaban. Ya hacía tiempo que no los comía y me han sentado de maravilla para empezar el día con energía (rima y todo...).