lunes, 10 de marzo de 2008

Vísteme despacio, que tengo prisa

Vísteme despacio, que tengo prisa decía algún que otro protagonista de la Historia. Bien, pues eso es lo que he tenido que hacer esta mañana que, por ser lunes, se me han pegado las sábanas y he llegado al trabajo justo a las ocho para fichar (siempre llego antes). Y basta que tengas prisa para que todo vaya más despacio: el semáforo se pone rojo justo cuando llegas a él, delante tienes a un novato o novata que va como las tortugas, cuando lo adelantas te encuentras con otro coche que va a girar a la izquierda y debe dejar paso al que viene de frente... Pero por fin he llegado y hasta en el cuartelillo, donde recojo las llaves de la biblioteca, se han sorprendido de que llegase a las ocho, ¿será posible? Así que, cuando me he sentado en mi silla, he pensado, ¿merece la pena este estrés por no llegar dos minutos tarde? Pero creo que ese es uno de mis principales defectos, la puntualidad.