Desde hace un tiempo entre las amigas solemos regalarnos imanes para el frigorífico cada vez que vamos de viaje a algún sitio. Yo tenía muy pocos, solo algunos que otras amigas como Valle o mi prima María Luisa me trejeron de Israel o Irlanda. El problema es que el frigorífico está panelado y los imanes los coloco en el horno. Como ya van siendo cada vez más numerosos, cuando pongo el horno para hacer una pizza como fue el caso de ayer por la noche, debo quitar algunos por miedo a que se caigan y se rompan. Encima, como son tan coloridos, dar con el botón para bajar o subir la temperatura muchas veces lleva su tiempo al quedar casi camuflado entre tanto imán. No sé quién inventaría estos recuerdos pero yo les aseguro que, en mi caso, cada vez que utilizo el horno me acuerdo de cada persona que me ha hecho ese regalo. Creo que es uno de los mejores inventos para acordarse de la gente.