martes, 8 de abril de 2008

Granada

Esta mañana la señora de la limpieza me ha contado que el sábado y el domingo estuvo en Granada de excursión. Estaba encantada con esa visita y me explicaba lo bien que se come allí, cómo son las tapas en los bares, lo bonita que es la Alhambra y el Generalife pero que, ¡cuanta gente! Yo la escuchaba atenta como si nunca hubiese pisado esa ciudad para así no quitarle protagonismo ni ilusión por lo que había visto y me estaba contando. Luego, cuando se ha ido, he recordado cómo era Granada cuando yo iba de pequeña y vivía en Vélez Rubio (más cerca de Granada que de Almería), lo bien que me lo pasé haciendo travesuras en el hospital Virgen de las Nieves cuando me operé de apendicitis, las horas y horas que pasaba en la Alhambra estudiando ya que, por despiste, renové el DNI como residente en Granada y la entrada era gratis; qué tranquilidad, qué paz, qué silencio... Es una satisfacción haber disfrutado de toda esa maravilla antes de que se masificase y, por supuesto, antes de que a Clinton se le ocurriera decir que la puesta de sol sobre la Alhambra es la más bella del mundo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Afortunada tú que has disfrutado de tus lecturas en un entorno inigualable: un remanso de paz y de sosiego, además de una maravilla arquitectónica y llena de poesía.
El entorno también es algo idílico. Las vistas desde el Mirador de San Nicolás son de una belleza extrema.
La sonoridad del agua en los jardines del Generalife es música celestial para nuestros oídos.
Todo es una maravilla en los alrededores de la Alhambra.
Es verdad que ahora está masificado, pero se sigue disfrutando de esa paz en algunos rincones del lugar.

Anónimo dijo...

Y es que ser ciego en Granada, ante tanta belleza, es una tragedia porque como reza en una placa junto a la Alhambra:
"Dame limosna mujer, pues no hay en la vida nada, como la desgracia de ser ciego en Granada".