Hace mucho tiempo que escuché a una madre hablar orgullosa de los intercambios de ropa que hacía con su hija. Yo, en aquel tiempo, veía muy lejano el momento de compartir ni una sola camiseta con Ana, mi hija. Pues bien, ese momento ya ha llegado. Ella me coge los jerseys que le gustan, yo le quito de vez en cuando una camiseta que me encanta y que me viene bien para conjuntar con otra cosa. No es que me sienta orgullosa como aquella señora que escuché hace años (no nos vamos a engañar, los 41 años no me los quita nadie, aunque comparta ropa con una niña de 12), pero sí me gusta que mi hija eche mano de lo que hay en mi armario como si de una hermana se tratase...
3 comentarios:
Me sigue maravillando el jugo que le sacas a las cosas cotidianas. De nuevo es un placer pasear por tu blog y descubrir estos pasajes tan tiernos. Digamos que aquí se produce una simbiosis, y que ambas extraeis el lado positivo a la cosa. Una por poder sentirse aún joven, que lo es, y otra por sentirse mayor, algo que, suerte la suya, está todavía lejos de la realidad. En cualquier caso, que habilidad la tuya para ver la importancia de las pequeñas cosas y sentirlas como las sientes.Un abrazo.
Tiene razón Antonio Javier, y es que estas pequeñas cosas son las que hacen la vida especial, las que las que marcan la diferencia, es dicir las que te hacen sonreir por la vida.
Yo hace tiempo que comparto alguna que otra cosa con mi madre, no mucha porque ella es un poco más "chata" que yo, recuerdo que siempre me ponía a escondidas unos zapatos de tacón de aguja (creo que se los estrocé de bailar con ellos) y unas botas altas como las que se llevan ahora, y me hizo mucha ilusión cuando mi madre me las dió para que yo las usara porque ella ya no se las ponía.
En fin estas cosillas no se olvidan nunca, son las que se retienen en la memoria de por vida.
Un beso a las dos.
¡Qué suerte! Así podéis ahorraros un buen pico en ropa...
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